Reflexiones sobre genética y economía
Miguel Ángel Velázquez Muñoz Economista, Asesor fiscal, Perito judicial, Administrador concursal. Vicesecretario del Colegio Profesional de Economistas de Granada

El pasado 21 de enero de 2017, al comienzo de la pandemia, cuando ya se atisbaban sus nefastas consecuencias a nivel mundial, reparé en algo que hasta entonces ignoraba y que me causó cierta desazón: Es imposible matar a un virus. Y ello por la sencilla razón de que para poder matar algo, antes tiene que estar vivo. Un virus no es un ser vivo, se puede desactivar, pero no matar. Es ADN envuelto en proteína, con un dispositivo preparado para penetrar en las células del organismo a hospedar, y modificar la genética de éstas. Y entonces, si un virus no es un ser vivo, ¿cuál es el motivo de su existencia, y qué papel juega en la lucha por la subsistencia y en el ecosistema?

A poco que indagué, mi inquietud halló sosiego y lo averiguado me hizo cambiar el concepto sobre algo que para mí había sido hasta entonces una vedad irrefutable: Los seres vivos realmente no luchan por subsistir y mantener la vida y su existencia, sino que lo hacen por perpetuar sus genes. Según mis someras indagaciones, la ciencia está al tanto del impacto que los patógenos virales han tenido sobre la evolución humana. Por todo el genoma humano se encuentran desperdigados rastros de ADN viral, lo que revela el impacto de los virus sobre la evolución de los humanos y mamíferos. Un estudio reciente de la Universidad de Standord revela que el 30% de todas las adaptaciones proteínicas sucedidas desde que los humanos se separaron de los chimpancés han sido impulsadas por virus.

Nuestro sistema económico está basado en el consumo, y a él hemos supeditado buena parte de nuestro estado del bienestar. Todos conocemos las nefastas consecuencias que tiene para el sistema una caída del consumo. La pandemia y el confinamiento nos han obligado a consumir menos, y a suspender actividades económicas cuyo mantenimiento habría propiciado su propagación. Los devastadores efectos que ello ha provocado en la economía por desgracia se mantendrán hasta que se extinga la pandemia.

Pero seamos positivos. Los que ya hemos vivido varias crisis económicas, sabemos que de todas se sale. Esta crisis proviene de una causa completamente diferencia de la anterior. En aquella había culpables: El sector financiero y la burbuja inmobiliaria. Las empresas implicadas y afectadas se estigmatizaban y se dejaban a su suerte. Estoy seguro de que las empresas y los trabajadores de los sectores ahora afectados recibirán las ayudas públicas necesarias de los organismos nacionales y supranacionales. Con el esfuerzo y solidaridad de todos, saldremos adelante. Nos adaptaremos a la nueva normalidad y a las que estén por venir, y el sistema económico también lo hará.

Sabemos que el efecto pernicioso de nuestro sistema económico y de la sociedad de consumo es el consumismo, entendido como la compra o acumulación de bienes y servicios considerados no esenciales. La publicidad idealiza la satisfacción y felicidad personal producida por el consumismo. Tengamos en cuenta que diariamente recibimos una media de 1.500 impactos publicitarios, según los expertos.

Desconocemos los efectos, más allá de los estragos en nuestra salud, que en nuestra genética dejará este maldito virus y los cientos de ellos que hospedaremos sin síntomas y sin darnos cuenta, que seguramente actualizarán nuestro genoma y facilitará su evolución; lo que sabemos con certeza es que el Covid19 nos está atacando, dañando y forzando a tener que adaptarnos a nivel personal y socio económico a la que hemos llamado nueva normalidad. No nos queda otra. La adaptación genética y socio económica en paralelo.

Esta adaptación, mientras dure la pandemia, nos va a seguir forzando a disminuir el consumo y consecuentemente la producción y generación de riqueza económica tal como la concebimos. Ello nos debe hacer reflexionar a todos y cada uno de nosotros sobre la conveniencia de aprovechar el momento para que la humanidad, en la búsqueda legítima de la felicidad de cada uno de los individuos que la componemos, modifique sus pautas de conducta, alejándonos del consumismo y acercándonos más a aquellos placeres que nos ofrece y proporciona la naturaleza y la vida, los cuales no se publicitan porque no se compran ni se venden, ya que ninguno de ellos es susceptible de valorarse en términos económicos. Con ello, tal vez consigamos ser más felices y dejar un planeta más saludable a las futuras generaciones. La evolución de la “genética económica” no puede ser otra que la tendencia a la que llamamos Economía Sostenible. Mi reflexión ya ha comenzado. ¿Y la suya?

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