Daños colaterales

Granada Económica • Opinión

Miguel Ángel Almagro 

De todos es sabida la devastación que la crisis de los últimos años ha producido en nuestro sector, con masiva desaparición de empresas, algunas recientes, otras históricas y todas ellas arrastrando tras de sí todo su contenido: personas, experiencia, ilusiones. 

Son ese otro aspecto que está produciendo la falta reiterada de inversión. Aún a día de hoy, cuando “dicen” que algo se está moviendo, habrá empresas que mueran en la orilla. La persistencia de este problema, año tras año, además del deterioro de infraestructuras faltas de conservación, está creando otros problemas que en su día nos saldrán caros. 

Aquellos jóvenes que comenzaban ilusionados sus carreras técnicas hace cinco años, se ven en un mercado yermo, lleno de indigentes profesionales en el que es muy difícil ubicarse y empezar a adquirir experiencia. Otros, que rondaban los 50, ya se ven con 55 en plena madurez profesional, con difícil ubicación futura o trasladando toda su vida a estas alturas a algún país lejano en el que de algún modo tienen que empezar de nuevo, dejando atrás familia y entorno o desarraigándolos de toda su vida a edades difíciles de reencajar. 

Pero no me refiero solo a ingenieros y técnicos en general. Estamos perdiendo a esos otros “técnicos sin título”: encargados, capataces; gente con oficio que en las últimas décadas se han ganado fama de genios en las obras; que formaban a los más jóvenes para tomar el relevo en el futuro. Ellos están desapareciendo sin tener a quien formar; unos se han reconvertido a otros oficios; otros languidecen al sol de la desesperación viéndose cumplir años, y otros pocos se ven desplazados al extranjero para emplear y formar, lo más rápido posible para ahorrar costes, a gentes de otras culturas que tienen por delante ingente cantidad de infraestructuras que construir en sus países. Otras gentes, otras normas, otros idiomas que a ciertas edades ya son difíciles de aprender, salvo en lo más básico, por pura supervivencia. 

¿Os acordáis cuantas ‘bañeras’ podíamos adelantar en un trayecto de Almería a Sevilla, por ejemplo? Yo ahora, cuando me encuentro alguna, me coloco detrás y voy observándola un ratito. (Me refiero a las bañeras). Pocas máquinas se renuevan; muchas se han malvendido en países cercanos, otras se han trasladado para no tenerlas paradas aquí. El otro día me contaba un compañero la dificultad que había tenido para reunir unos pocos camiones de ciertas características para una prueba de carga. No me lo puedo creer -le contesté-, pero resultó ser cierto pues se pierden las licencias, tarjetas, no pasan revisiones, etc. 

Las empresas de materiales de construcción, las que quedan, ya no innovan. No merece la pena sacar nuevos productos, salvo honrosas excepciones. Se limitan a sacar los más comunes, los más vendidos y no tener stocks inservibles pudriéndose al sol. 

Y así con todo: qué os digo de las ingenierías, que a tanto talento empleaban. O maquinistas como los de extraviales, bulldozer, nivelistas; gente que no solo debe saber manejar las máquinas sino sacarles rendimiento y mantenerlas adecuadamente. Eso solo se adquiere con experiencia, con continuidad. Están desapareciendo y si no, que se lo pregunten a los dueños de los barecillos de nuestros pueblos, donde iban a tomarse unas copas con el dinero de las horas extras (el resto era para la familia) transmitiendo su alegría a voces y contando a todos “lo finos” que eran con sus máquinas. 

Son todas esas historias que desaparecen de nuestro paisaje diario convirtiéndose en dramas personales, unas veces visibles y otras escondidas tras la solidaridad de las familias que, por ser como somos, menos mal, funcionan. 

Pienso, no obstante, que pronto algunos se darán cuenta de lo que este sector representa, de lo necesario que es y de la economía de escala que genera para bien de todos. 

Espero que para entonces las empresas mantengan algún que otro certificado para la clasificación; que quede algún que otro encargado con empuje y ganas de formar a sus cuadrillas. Que algunos funcionarios de la Administración a quienes conozco, puedan dormir tranquilos por fin sin sentirse culpables por no poder destinar fondos a actuaciones que saben imprescindibles para evitar accidentes, porque no han dotado mínimamente a sus consejerías, ministerios, direcciones generales o servicios provinciales. Eso espero por el bien de todos y todas, más pronto que tarde si es posible. 

Yo a nuestro sector le aplicaría aquella frase de : “ni calvo, ni con tres pelucas”. ¿No os parece?

 

* Miguel Ángel Almagro Fernández

Directivo de 

CEACOP

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