Hacia la vivienda autosuficiente

En estos tiempos que nos han tocado vivir a todos los que directa o indirectamente nos dedicamos al sector de la construcción: cientos de miles de viviendas sin ocupar, la actividad edificadora bajo mínimos; la atonía y el no saber hacia dónde dirigirse se han instalado en el ánimo de los actores de la industria. Otros muchos, sin embargo, han decidido poner sus mentes ociosas a repensar cómo ha de ser la vivienda del futuro. Esta reelaboración se ha centrado en su sostenibilidad, es decir en sus características ecológicas y económicas, o mayormente en un compendio de las dos. Al final, ambos aspectos tienen que ver con la energía, la que se consume bien al fabricar los materiales de construcción y las viviendas con ellos, bien en el propio uso de las mismas. De esta última energía es de la que voy a hablar aquí.

Aún seguimos imbuidos en el mismo modelo urbanístico heredado del «boom inmobiliario», enormes operaciones con grandes necesidades de capital surtidas de energía por compañías suministradoras en un régimen de casi monopolio. También en estos últimos años se han aprobado normativas con medidas para el ahorro energético en la edificación que han llenado nuestras ciudades de placas termo-solares y nuestras ventanas de aireadores, o que van a producir millones de certificados energéticos. Desde el usuario, todo este cuerpo normativo se ha percibido como un sobrecoste instaurado por el estamento político para acallar su conciencia o incluir la palabra «sostenibilidad» en su discurso. Pero ni el modelo urbanístico actual, ni la legislación promovida en aras de la sostenibilidad han conseguido reducir sensiblemente el consumo energético de las viviendas ni el coste energético de las familias.

Por otro lado, se están produciendo, o se prevé que se produzcan en un futuro próximo, cambios legislativos que permitirán el autoconsumo por parte de un particular de la energía que él mismo produzca. Esto, junto con el desarrollo de nuevas tecnologías y el abaratamiento de las existentes, como las calderas de biomasa, las calderas de trigeneración, las instalaciones geotérmicas, las placas solares de grafeno, y muchas otras; los sistemas de control cada vez más sofisticados y a la vez a menor coste; y, sobre todo, la accesibilidad del gran público a acumuladores de energía (baterías) más baratos en forma de pilas de energía, de aire frío, de hidrógeno y otros componentes sobre los que se está investigando en estos momentos; van a posibilitar instalaciones de tamaño doméstico que nos acercan a la consecución de un hogar que no necesitará conectarse a redes de suministro exteriores.

Al reducirse el tamaño de las instalaciones y por ello la inversión necesaria, se crea una gran oportunidad de negocio para las pymes, que va desde el desarrollo de nuevas tecnologías de generación, control de sistemas y almacenaje de energía, hasta la implementación de estos sistemas en las futuras viviendas, para lo que tendrán que realizar un gran esfuerzo de pedagogía para convencer a los usuarios de lo crucial de esta revolución energética para sus vidas.

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