Mercado Vs Gobierno: ¿un nuevo concepto de soberanía?

Ángel MARTÍN-LAGOS CARRERAS

Vivimos tiempos convulsos, vivimos sin darnos cuenta que el mundo cambió hace ya tiempo; que las recetas aplicadas por los gobiernos a las crisis de antaño ya no sirven, caducaron hace ya tiempo. Por ello no puede sorprendernos que los gobiernos elegidos democráticamente puedan atravesar momentos de desconcierto al constatar que, en muchas ocasiones, se encuentran a merced de algo que llaman “mercado”, al que nadie identifica, pero al que todos temen.

La crisis económica y financiera global ha puesto de manifiesto con toda crueldad la pérdida de autoridad del estado-nación. Desde Weber sabíamos que la esfera de actuación de cualquier estado está limitada por el territorio y que, por consiguiente, el poder del Estado se circunscribe al territorio nacional. 

La revolución en las tecnologías de la información y comunicación (Internet, comunicación inalámbrica) ha provocado el surgimiento de la llamada “sociedad en red” que altera radicalmente las relaciones de poder. En este tipo de sociedad los conceptos de espacio y de tiempo se difuminan: deslocalización e instantaneidad son dos de las características de la nueva sociedad en red.  

Sin embargo, ese ente abstracto y etéreo que llaman “mercado” actúa a nivel global tomando decisiones que afectan a los Estados a través de la red en segundos. El dinero, los capitales, van por libre, se mueven, se escapan y hunden países a su antojo desde cualquier lugar y en cualquier momento y el problema es que no existe un control o regulación sobre los mismos, que se mueven y actúan por intereses (especulación, rentabilidad máxima) que nada tienen que ver con los intereses generales, imponiendo a los gobiernos democráticamente elegidos las medidas políticas que hay que adoptar (reforma laboral, reforma de las pensiones). Los mercados ostentan y ejercen  poder sin responsabilidad.

El problema es que frente a ese poder que es insaciable no tenemos recetas a corto plazo.

En efecto, si bien es cierto que los estados-nación responden y reaccionan a los procesos inducidos por la globalización mediante la asociación y conformación de redes de estados, compartiendo en algunas ocasiones soberanía (como la UE), en otras acordando políticas o acciones económicas concretas (G-20), no es menos cierto que, además de que ello genera o puede generar problemas de legitimidad democrática, la experiencia viene demostrando que aquellas políticas o acciones comunes concertadas, en vez de utilizarse en aras del interés común, pueden verse aplicadas por los estados para maximizar  sus intereses particulares (véase el caso de Alemania con la crisis del euro), para dar prioridad a los intereses personales/político/sociales de los actores políticos que mandan en cada estado-nación, etc. De hecho, cuanto más avanza el proceso de globalización, mayores contradicciones se generan, contradicciones que llevan a un renacimiento del nacionalismo y a intentos de restaurar la primacía de la soberanía (CASTELL).

En resumen, cada vez crece más la distancia entre lo que el Estado puede hacer con el poder que realmente tiene y lo que tendría que hacer para dar respuesta a los problemas con los que tienen que enfrentarse los ciudadanos que han elegido los parlamentos y Gobiernos encargados de dirigir dicho Estado. En esta distancia entre lo que los Gobierno hacen, lo que pueden hacer con el poder que realmente tienen, y lo que los ciudadanos consideran que deberían hacer para tener respuesta a los problemas con los que ellos tienen individualmente que enfrentarse, está el origen de la llamada desafección política. Es el resultado de un desajuste entre poder y responsabilidad, entre el poder que los Gobiernos tienen y la responsabilidad que los ciudadanos les exigen (PÉREZ ROYO). 

 

*(Ángel Martín Lagos, Técnico de Administración Local)

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